Leyendo algunas de
las notas que ya subieron, con la de Lucas como principal disparador, y algunos
de los comentarios, se me ocurrió hacer una nota de una de las cosas que más
odio de este mundo: las modas (y todos los imbéciles
que las siguen). Es más, mi problema no es con la moda, sino con los imbéciles.
Por ejemplo, hace un par de fines de semanas salí tres amigos que estaban
vestidos exactamente igual: camisa a cuadros verde oscuro y el mismo jean. Una
vez en una fiesta conocí un grupo de amigas que estaban vestidas con camisa
blanca y calzas negras. Las cuatro se habían juntado en la casa de alguna antes
de salir y en ningún momento se les pasó por la cabeza que tenían la misma ropa.
Está bien, son todos de un mismo grupo social, misma clase, y contemporáneos, similitudes
en su vestimenta vas a encontrar. Pero esto ya es ridículo.
Igual, mi odio no va por ese lado. Es
medianamente entendible que tratemos de vestirnos de acuerdo al momento, las
estaciones, y los caprichos de quienes imponen la moda. Lo que no es entendible
bajo ningún punto de vista es que te vendan una pulsera de goma a $150 con el
pretexto de que te va a dar más equilibrio, más confianza y más seguridad, entre
tantos otros beneficios que la Power Balance garantizaba. Considero al creador
de la Power Balance un genio por dos razones. Primero, se lleno de plata con
una chuchería (por así decirlo), y segundo, mostró hasta dónde puede
llegar la estupidez de la gente. Le dieron la pulsera a un par de famosos y
automáticamente la gente la empezó a comprar. Lo del equilibrio fue solo una
excusa, algo que justifique la compra ante los ojos de quienes la desaprobaban.
¿Quién gasta $150 en un poco más de equilibrio? Nadie. Si sos medio tosco no
camines por la cuerda floja, pero ni el más torpe del mundo compra pulseras
para mantener el equilibrio. Si bien la pulsera no traía ventajas físicas, es
verdad que podía lograr una suerte de efecto placebo: al convencerte de que la
pulsera tiene X propiedades, posiblemente tengas más confianza en vos mismo y te
salgan mejor las cosas. O no. Es como un amuleto de la suerte. Todos tienen el
derecho de comprarlo, o de venderlo, por estúpido que sea. Cada uno ve a la
suerte como quiere.
Pero eso es a gran escala. No es fácil nadar en
contra de la corriente cuando esta es tan grande. Vayamos a algo más chico, más
tangible, más cotidiano. Hace unos dos o tres días fui a cargar nafta a la
Shell con mi viejo. La estación de servicio estaba llena. Cinco bombas ocupadas
con uno o dos autos esperando. Pero había seis bombas. Y no había ninguna señal
de “fuera de servicio”. Nos mandamos,
nos atendieron, cargamos nafta y nos fuimos. Las filas al lado nuestro no habían
avanzado y había algunos autos más. Nuestra bomba quedó libre nuevamente, pero
nadie se animó a ocuparla. Desde la calle, frenados por el semáforo en rojo,
vimos como llegaba un auto más y, tras un par de segundos decidiendo cual fila
iba a ser la más rápida, se ponía atrás de otros dos autos. Nuestra bomba quedó
libre hasta que dejamos de verla. ¿Cómo puede ser que en todo ese tiempo nadie en
esos (por lo menos) diez autos haya pensado “Uy, ahí no hay nadie”? Tal es el miedo a errar sólo, que la gente
prefiere seguir a los demás. Estar sólo da miedo: hay que pensar por sí mismo,
tomar decisiones, razonar, y un montón de acciones que uno evitaría desde la
comodidad de la masa (la gilada).
Sería intolerable y doloroso errar como individuo, y tener que soportar las
miradas descalificadoras de esos que sí están protegidos bajo ese techo que es
la gilada. Eso es lo que es: un
techo. Si el día está soleado puede que los integrantes de esta gilada se aburran dentro de su casa, apretados
y muertos de calor, pero si se largó a llover y te quedaste afuera con gusto te
van a cerrar la puerta en la cara, haciéndote saber que vos estuviste
equivocado, que fueron ellos los que tenían razón, y que mojarte es el castigo que
tenés que cumplir por no haberlos escuchado (aún cuando no te habían
llamado).
Esa es la satisfacción que hay en ser parte de
algo: puede que estés equivocado, pero la culpa va a estar dividida entre todos
aquellos que sean parte de ese algo.
Es un principio que establece un refrán que me gusta mucho: “mal de muchos,
consuelo de tontos”. Si te desaprobaste un examen, pero las notas fueron bajas
en general, no es tan grave. Es más, posiblemente se califique de traga al que aprobó.
Pero si desaprobas un examen que todos pasaron, seguro te van a señalar con el
dedo. No sos tan boludo si compartís tu boludez con otros. Y lo peor es que es
acumulable: a más boludos, menos boludo uno se considera. Estoy seguro que, ante
los ojos de algunos, en algún punto fui yo el equivocado y no mis amigos de
camisa verde, o quienes tuvieron, aunque sea por poco tiempo, más equilibrio
que yo. Quizá hasta erré al ir a la bomba libre de la estación de servicio. Quién
sabe, tal vez en las otras cinco bombas regalaban algo y yo me lo perdí, por
apurado o por individualista. Según lo veo yo, es preferible errar por cuenta
propia, sin necesidad de escudos o techos, ni gente con quien dividir la culpa,
a errar por seguir a la gilada.